Dice el filósofo Paul Ricoeur que las memorias individuales siempre están enmarcadas socialmente.

Que las personas no recuerdan solas sino con la ayuda de los recuerdos de otros, aun cuando las memorias personales son singulares y únicas, un ejercicio que hace presente el pasado.

En ese sentido, y con motivo del Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia, la UNLPam propuso a la comunidad universitaria compartir experiencias de la vida cotidiana vinculadas a la dictadura cívico-militar. El 24 de marzo interpela a seguir pensando sobre el impacto de aquellos años en la actualidad, identificando acciones, momentos y expresiones de una época poblada de silencios.

Haciéndose eco de la consigna, docentes, no docentes, graduados y estudiantes sumaron relatos orales y escritos.

Francisco Babinec, docente de la Facultad de Agronomía, compartió esta experiencia vivida en Buenos Aires:

“Habíamos visto movimientos raros, un grupo se llevaba a un vecino de malas maneras, pero al otro día estaba en la casa. Tres o cuatro días después, una chica llegó y cuando llamó a la puerta, aparecieron de la nada varios tipos de civil, todos muy armados, para detenerla. Se suicidó ahí mismo, con la famosa pastilla…”.

En el mismo sentido Rodolfo Alberto Gigena, personal no docente jubilado de Rectorado, sumó este relato:

“Llego a mi casa a las 4 y mi madre me pregunta por mi hermano Lalo, le digo que está bien, observo sus ojos tristes. Sin poder dormir me levanto a las 7 y veo a mi madre apoyada en la mesa de la cocina, gira su rostro totalmente desfigurado. Un ataque de presión. Fallece a los pocos días…”.

Rodrigo Fuentes Aguilera, estudiante de la Licenciatura en Comunicación Social, de Realicó, trajo a la reflexión un acontecimiento ocurrido en La Plata:

“Mi viejo es de esa camada que creció en una ciudad incendiada por la violencia militar, cuando caminar de a tres por la calle era sinónimo de subversión…”.

Por su parte, Fernanda Galeano, docente de la Facultad de Ciencias Veterinarias, e hija de desaparecido, contó:

“Ser hija de desaparecido, de haber tenido un padre desaparecido, es ser una niña que espera mirando por la ventana a que el papá vuelva en algún momento. Es una adolescente que empieza a comprender la realidad, se da cuenta que papá no vuelve, que no llega, que no sabemos dónde está, que no tenemos una tumba donde llevarle flores ni rezarle, y también le cayó la ficha que nació en el horror de un campo de concentración…”.

El relato de Seila Domínguez Ardohain, graduada de la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas, habla de las historias que permanecen silenciadas hasta que las circunstancias habilitan entornos de escucha:

“…llegaron dos Falcon a la casa de mi abuela… logra esconderse junto con mi papá; los militares entran al domicilio, cavan un pozo en la parte de atrás de la casa, ponen cal viva y lo entierran a mi abuelo hasta la mitad de su cuerpo. Luego de estar un rato ahí torturándolo, se van y mi abuela junto con un vecino logran sacarlo. Lo trasladan a Santa Rosa. Mi abuelo, ya con muchas heridas en sus piernas y después de algunos meses, fallece”.    

Son las relaciones y los diálogos entre generaciones, dice Elizabeth Jelin, las que en su dinámica producen nuevos sentidos e interpretaciones.

Rocío González, graduada de la Facultad de Ciencias Humanas, relató:

“No es algo cotidiano que hablemos en la mesa con total naturalidad, pero sí recuerdo un 24 que estábamos almorzando en casa, en Ataliva Roca, yo les consulte a mis papás cómo lo habían vivido ellos y recuerdo que mi mamá me contó que ella era militante del PJ, si bien es de Eduardo Castex, se vino a trabajar a Santa Rosa y como militaba en el partido tenía afiches dentro de la casa… un fin de semana mi abuelo le dice que saque todo, que se vaya para Eduardo Castex. Ella hizo eso, pero una compañera de militancia, ese fin de semana  desapareció”.

Para Guillermo Covella, docente de la Facultad de Ingeniería, la historia habla a través del recuerdo de su padre:

“Tenía nueve años cuando el 24 de marzo del año 76 secuestraron a mi viejo, Cholo, que era estudiante de la Facultad… Hubo un manto de silencio espantoso que cubrió el barrio, la casa y finalmente nos tuvimos que ir asustados por la persecución que continuaba…”.

AULAS Y REJAS

Blanca Solano, personal no docente jubilada de la Facultad de Ciencias Humanas, recordó sus épocas de estudiante en la Universidad Tecnológica de General Pico (UTN):

“Un día cuando vuelvo a la Facultad me encuentro con que estaba enrejada. Me agarró como un pánico. Las puertas de las aulas tenían rejas en ese momento y ahí los chicos me dijeron acá va a suceder algo…”.

Al igual que Blanca, Luis Chapel también era estudiante de la UTN:

“Uno del grupo tenía una muy buena radio de onda corta y lográbamos captar emisoras de Europa, de Uruguay y logramos tener información de alguna manera… en Pico también hubo razias, los días de semana a la noche solía pararse en la puerta de los bares del centro un camión del ejército con soldados”.

También como estudiante de la UTN, el ahora ingeniero Francisco Tineo rescató de su memoria:

“Cada uno desde su lugar trató de hacer lo que creía mejor, para mejorar el status quo. La realidad demuestra que todo esto devino en una democracia que no ha mejorado la cuestión de la gente, hay todavía mucha deuda”.

En suma, cada uno de los testimonios dio cuenta de un período histórico en que la violencia institucional modificó vidas y proyectos. El narrar, dice Susana Kaufman, permite dar o revisitar el sentido de lo vivido. “La construcción de memorias convoca a la reconstrucción de hechos y testimonios sobre las heridas individuales y colectivas, y los testigos se convierten en la voz de esas experiencias”. La suma de las voces contribuye en ese proceso, aun abierto, a seguir pensando, entre experiencias y emociones, una época oscura.

El registro completo de las voces que participaron de la convocatoria se pueden visualizar en el canal de IGTV de la UNLPam:  @universidadnacionaldelapampa

Cecilia Mana. Periodista, Centro de Producción Audiovisual (G. Pico), UNLPam 

Foto: Santa Rosa, 1977. Llegada al Aeropuerto local del Presidente General Jorge Rafael Videla. Fototeca Bernardo Graff