“Nunca fui una persona miedosa, pero hoy tengo miedo”. Eso fue lo que pensé cuando iba caminando a la casa de un amigo a devolver el celular que me habían prestado después de que me robaran el mío a la vuelta de mi casa.

En ambas ocasiones caminaba por una avenida. En algún momento de mi crianza me dijeron que era mejor optar por avenidas, porque hay más gente. Sin embargo, caminando me di cuenta de que, con suerte, 1 de cada 10 personas en la calle era mujer. En un trayecto de menos de 1km, en un barrio “seguro” de Bogotá, dos hombres repartidores en bicicleta me acosaron verbalmente. Luego, desde un patrullero, dos policías me miraron fijamente, y no precisamente para pedirme mi identificación. Cambié de estrategia, opté por calles solitarias internas, allí al menos no había ojos depredadores.

Empecé a reflexionar que desde que comenzó la emergencia sanitaria del COVID-19 en Latinoamérica, había leído múltiples artículos relativos a los impactos diferenciados de la pandemia en las mujeres debido a la desigualdad de género, pero nada sobre acoso callejero en tiempos de COVID-19.

Desvelada por el tema, hice una búsqueda en Google. “Acoso callejero COVID coronavirus pandemia”. Ningún resultado relevante. La opción en inglés mostró (solo) tres resultados relevantes, los tres de periódicos ingleses, donde indican que ha habido un aumento del acoso callejero. ¿Será que de eso no se habla?

¿DE QUÉ SE HA HABLADO?

Hasta el momento el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, la Relatora Especial de Naciones Unidas sobre la violencia contra la mujer, sus causas y consecuencias, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y el propio Banco Interamericano de Desarrollo se han focalizado en los impactos diferenciales del COVID-19 en las mujeres debido a, principalmente, aspectos relativos a precarización laboral, tareas de cuidado y violencia doméstica.

Y parece tener sentido. Según Violentadas en Cuarentena en Argentina, mi país natal, nos matan cada 29 horas, en Colombia cada 26. En Argentina hubo un aumento de denuncias de violencia doméstica del 39% durante los primeros diez días de la cuarentena. En Colombia hubo un aumento en las llamadas de denuncia de entre 163% y 553%.

En mayo, ONU Mujeres publicó un documento, en inglés, sobre COVID-19 y ciudades seguras y espacios públicos seguros para mujeres y niñas que entre otras violencias de género, señala de manera expresa al acoso callejero. En Argentina hay una ley y antes del COVID ya se estimaba el 100% de las mujeres ha sido victima del acoso callejero alguna vez en su vida y sabemos que los datos de la región tampoco son mejores.

¿POR QUÉ ES IMPORTANTE HABLAR DE ESTO?

El acoso callejero es un tipo de acoso sexual y verbal que se produce en el ámbito público, y que afecta principalmente a mujeres y niñas. Está basado en la desigualdad de género y constituye una violación a nuestro derecho a vivir una vida libre de violencia. Incluye desde comentarios y manoseo sexuales no deseados hasta violaciones y asesinatos.

Estas violencias nos silencian, reducen nuestra capacidad de participar en la vida pública de manera plena, de acceder a servicios, de disfrutar y ejercer plenamente nuestros derechos. Según ONU Mujeres, no reportamos el acoso callejero por falta de confianza en las autoridades, falta de legislación y/o deficiencia en su implementación, pero también debido al estigma que pueda ocasionarnos y a la posibilidad de que, al denunciarlo, las autoridades e incluso nuestras familias, amigos/as y pareja nos impongan restricciones adicionales a nuestra movilidad.

En medio de la pandemia, medidas como el distanciamiento social y los toques de queda, han disminuido el número de personas en la calle, resultando en un mayor riesgo de violencias contra las mujeres (cuando salimos a trabajar, al supermercado, a hacer ejercicio).

¿QUÉ HACER?

Para poner freno al acoso callejero en tiempos de COVID-19 necesitamos:

Trabajar en conjunto gobiernos, empresas, medios de comunicación, organismos internacionales, sociedad civil, movimientos feministas.

Datos y sistemas de información confiables, sistemáticos, y desagregados. Su ausencia continúa siendo un gran desafío en la región. ONU Mujeres ofrece algunas recomendaciones de cómo recolectarlos.

Pensar en soluciones orientadas y sensibles al género; local, cultural y lingüísticamente relevantes y accesibles, que incluyan a mujeres y niñas en la toma de decisiones.

Visibilizar. Acceder a la información es clave para ejercer los derechos. Saber que el acoso callejero no es normal y que tenemos derecho a una vida libre de violencia es fundamental.

Sensibilizar y dar prioridad. Los casos de violencias de género deberían tener un tratamiento prioritario durante la emergencia, y el personal al frente de la asistencia a víctimas debe estar sensibilizado para no reproducir estereotipos de género y revictimizar a quien denuncia.

Fortalecer las inversiones en seguridad e infraestructura de espacios públicos para propiciar una vida libre de violencia, como el alumbrado público, mejores conexiones de transporte público y cámaras de seguridad, entre otros.

Revisar protocolos y políticas existentes en relación con la pandemia para garantizar la seguridad de las mujeres en los espacios públicos (en la calle, en el transporte público, en los servicios de atención y denuncia telefónica y presencial, etc.).

Y, por supuesto, asignar recursos económicos y humanos para hacer posible todas las anteriores y así garantizar a todas las mujeres la vida que nos merecemos: una vida libre de violencia.

Agustina Pérez es abogada egresada de la Universidad de Buenos Aires, especialista en género, infancias y derechos humanos y Magister en Derecho por la Universidad de California, Berkeley. Ha sido profesora invitada de la Diplomatura en Derechos de la Niñez de la UNLPam en la materia Género y derechos de niños y niñas. Esta reflexión fue originalmente publicada en el blog ¿Y si hablamos de Igualdad? del Banco Interamericano de Desarrollo.