Un juego contrastado de imágenes y tenaces estereotipos quizá contribuya a repensar la representación del sentido común en torno a las concepciones de Edad Media y feudalismo, que por sus implicancias políticas suelen suscitar polémica.

Obras de las más diversas líneas de pensamiento proporcionan una fecunda cantera para explorar los alcances y límites de un discurso que descalifica a caudillos y movimientos sociales, asociándolos a la barbarie medieval en tanto fuentes de violencia, anarquía y primitivismo.

Las imágenes de lo medieval y lo feudal transmitidas por el “sentido común” (Sergi, 2001) generan rechazo en la opinión pública, imprimiendo un fuerte sello oscurantista a estas categorías; sello que remite, en amplia medida, a la tradición ideológica heredada del humanismo y la Ilustración. Desvalorización y estigma social reproducen la mácula que ostenta el feudalismo, concepto asimilado a mentalidades autoritarias y formas clientelares prevalecientes en América Latina. Rémora que acaso conspiró contra el desenvolvimiento virtuoso de sociedades “civilizadas”, incluidas las de algunas democracias europeas. Así lo entendía el general De Gaulle en 1950, manifestando que la superación de la crisis política de Francia se alcanzaría con un gobierno que estuviese “por encima de la feudalidad de los partidos” (Valdeón, 1992: 9).

La feudalidad se ha identificado con el imperio de la “anarquía”, lacra constitutiva de los países latinoamericanos y expresión cabal de tendencias premodernas en sus procesos sociopolíticos. De ahí que algunos escritos de José Ingenieros (Sociología argentina) resulten una referencia ineludible para dimensionar el impacto que la desvalorización de la Edad Media y del feudalismo supuso en los círculos intelectuales de los siglos XIX y XX, y su notoria proyección en los textos escolares.

De los historiadores profesionales interesa considerar una tesis de Marcello Carmagnani, quien dio por sentada la vigencia de economías feudales en América Latina a comienzos del siglo XX. El autor italiano no dudó en aseverar que la dominación oligárquica se organizaba sobre la base de “una síntesis entre un modo de producción feudal -predominante- y un modo de producción capitalista” (Carmagnani, 1984: 121). En esta obra el esquema interpretativo adopta un enfoque que pretende validar la articulación de estructuras feudales con formas productivas surgidas de la modernización capitalista, si bien el ordenamiento feudal aún sigue cumpliendo una función “predominante”.

Cuando Félix Luna describía las bases orientativas de la nueva política agraria durante el primer gobierno de Yrigoyen, argumentó que dicha política “debía desembocar en la radical modificación del régimen feudal de nuestra tierra” (Luna, 1986: 68). El uso arbitrario del concepto se prolonga hasta nuestros días y es prolífico en el léxico periodístico, en cuya práctica profesional las disquisiciones sobre lo “feudal” no siempre se inscriben en una adecuada contextualización de los procesos socio-históricos, reproduciendo fórmulas estereotipadas que banalizan la especificidad de los fenómenos considerados. Los “caciques” territoriales de algunas provincias de la Argentina aparecen encuadrados en la etiqueta peyorativa que acompaña el control de sus “feudos familiares”, aludiendo a rasgos de la conducción personalista del caudillismo y a la exigua calidad institucional que singulariza su evolución.

Es preciso reconsiderar formulaciones fundadas en enunciados apriorísticos, como cuando la idea de feudalismo deviene equiparable a regímenes opuestos a los principios democráticos, e incluso cuando vitaliza prejuicios que la cultura occidental parece asumir como parte de “valores” indiscutidos. El historiador Eric Hobsbawm vinculó las variantes autoritarias del régimen soviético de la etapa Brezhnev con las jerarquías del ordenamiento feudal, aseverando que gran parte de la URSS constituyó “un sistema de señoríos feudales autónomos” (Hobsbawm, 1996: 480).

Ello tipifica la íntima conexión con lógicas discursivas del juego político, según se advierte a propósito de las condiciones sociales que rigen para un sector de la clase trabajadora argentina. En una entrevista de 2013, el entonces ministro de Trabajo, Carlos Tomada, declaró que el gobierno estaba librando un sostenida lucha para erradicar los funestos “resabios de una Argentina feudal” (Página 12: 14 de abril de 2013). La referencia quizá ayude a sopesar las variantes transmitidas en una coyuntura particular pero subsumibles en un complejo conjunto de manifestaciones.

Esta abusiva utilización del concepto de feudalismo, aplicado a procesos ajenos a las realidades específicas de su existencia histórica, sigue vigente en teorías e importantes publicaciones académicas, revelando su impronta en el análisis de un amplio repertorio de problemas. De allí la importancia de desmontar diversos supuestos que procuran dar sustentabilidad discursiva a un imaginario atrapado en prejuicios ideológicos de plurisecular duración.

Lucio Mir, Prof. Adjunto Regular en Historia Medieval, Facultad de Ciencias Humanas

Bibliografía
Carmagnani, Marcello (1984) Estado y sociedad en América Latina, 1850-1930, Barcelona, Crítica.
Hobsbawm, Eric (1996) Historia del siglo XX, 1914-1991, Barcelona, Crítica.
Ingenieros, José (1988) Sociología argentina, Buenos Aires, Hyspamérica.
Luna, Félix (1986) Alvear, Buenos Aires, Hyspamérica
Sergi, Giuseppe (2001) La idea de Edad Media. Entre el sentido común y la práctica historiográfica, Barcelona, Crítica.
Valdeón, Julio (1992) El feudalismo, Madrid, Historia 16.