Cuando me convocaron para ser parte de esta celebración por el natalicio de alguien tan querido para mí, como lo es Juan Ricardo Nervi, intenté pensar cómo lo había conocido.

Fue una tarde en que ambos coincidimos disfrutando la plaza de nuestro querido pueblo, él ya era ese escritor, pintor, pedagogo, periodista que nos había ubicado como pueblo en el país y en otros países de Sudamérica. Yo, solo un estudiante que aspiraba ser maestro y que lo admiraba mucho.

Simplemente me acerqué, me presenté e inicié un diálogo; creo que éste no fue “el momento en que lo conocí” porque eso se produjo luego, en la amistad que ambos transitamos por años, en muchas noches en la casa de su hermana Eulalia, en charlas interminables donde madrugábamos entre libros.

Sin embargo, hoy a la distancia y pensándolo en profundidad puedo decirles que lo que verdaderamente nos unió fue la pasión por la pedagogía.

En esa habitación donde la presencia humana debía amoldarse a bibliotecas, mesas con libros apilados, cuadros, hojas con ideas o bocetos, aprendí sobre filosofía, docencia, pedagogía, arte, a cómo perseguir sueños, a cómo transformar el miedo en potencia, a escuchar, a repensarse.

Quisiera poder evocar más datos, más certezas sobre lo dialogado… lo escuché decir que su escritorio (donde eventualmente apoyábamos el mate, aunque más recurrentemente el café) había sido del presidente Mitre, pero no puedo recordar cómo había llegado a él. Hablar de los años ‘75 y ‘76 en su vida fue dimensionar cuánto un país puede complicar las historias personales y colectivas; pero, a su vez, lo importante que es la memoria y luchar por la democracia, y cómo la escuela no debe quedar afuera de dichos procesos.

De sus anécdotas escolares, una de las que perduró en mi recuerdo, ocurrió allá por 1950 cuando quedó cesante en su trabajo docente y sus estudiantes, retribuyendo y valorando su tarea como maestro, le llevaban alimentos por temor a que no tuviera para comer.

Admiraba profundamente a las maestras venidas desde San Luis, en particular a la señorita Mecha; también al Profesor Luis Iglesias, de quien valoraba una pedagogía basada en el niño/ña y su contexto, sus necesidades, quizás definida como socialista, humanista; una escuela rural emancipadora que desde su lugar en la Universidad de La Pampa difundió a través de capacitaciones para todos/as los docentes pampeanos.

Pero no quiero escribir solo sobre datos que pueden encontrar en la historia de las instituciones por las que transitó, o en su misma biografía. Creo que me convocaron para que mis palabras cuenten cómo vivía, qué disfrutaba, qué opinaba de la vida, del pueblo, de la educación…

Cuando hablábamos de la necesidad de una educación popular, que cuente con docentes que se animen a transgredir y no siempre aceptar, describía la concepción de la enseñanza como un modo de liberación, pero también quiero sumar algo que no muchos vieron… en una silla que hacía de sostén de libros y pertenencias, arrinconada en esa sala/biblioteca, se lucía su característico poncho: era de lana de alpaca, con algunos flecos deshilachados, que usaba sobre sus hombros cuando las noches frías de invierno no mitigaban con el calorcito de los mates o café compartidos.

Él me acercó a textos como Hermann Hesse, Whitman, Nietzsche, Khalil Gibran; supo contarlos para atraparme, construyó un relato desde los textos que no era otra cosa que imbuirme en su filosofía de vida. Pude hallarme en su voz pausada, en su cuidada expresión de las ideas y en problematizar situaciones cotidianas que nos ayuden a forjar mejores posibilidades para todos/as.

Pudimos hablar de Dios, aun siendo ateo, porque encontraba en la religión un modo de contar la historia, pero desde un lugar místico/literario, como por ejemplo explicando que los textos del Popol Vuh maya y el génesis cristiano, con las distancias del tiempo y los escribas, tenían similitudes en la construcción del mundo.

Él sabía la esencia de lo universal, por ello ese mundo enmarcado en la naturaleza de la infancia de Tristán, pudo resignificarse en otro país al que describió en las rimas de su Arcobaleno. Repetía los versos de un escritor turco, llamado Nazim Hikmet, porque muchas noches en el exilio lo rememoraba, puesto que sus versos también hablaban de persecución, encierros y modos de ser libre aún en la cárcel de las injusticias.

Encontrarse con Nervi era hallar lo inesperado; buscaba ser un maestro inspirador, deseaba que quien llegara a su aula viviera la experiencia de habitar lo inédito, transmitiendo amor por lo suyo y necesidad de pueblo.

Un pueblo cuya parte de su historia fue pensada, organizada desde la casa de los Nervi. La “estrella alba”, logo del Club Racing, nace de los pisos de aquel Hotel donde él vivió su infancia. Años más tarde, él relataría que cuando jugaba al fútbol sus rivales se reían de aquel jugador poeta, sin poder comprender cómo ambas pasiones podían confluir en una misma persona.

¿Quién era Juan Ricardo Nervi? En lo personal un gran amigo, mi maestro, al cual admiré en lo profundo y viví en la intensidad de quien, aun siendo joven, sabía que se hallaba frente a un gigante con la humildad acunada en una gran casa de una pequeña aldea gringa… para todas/os  nosotras/os, para nuestro pueblo, un maestro que no resignó nunca sus ideas y jamás dejó de luchar.

Leonardo F. Aicardi

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